La aplicación de las tecnologías informáticas en el cumplimiento de obligaciones fiscales no sólo es algo recomendable, sino necesario. El volumen de información que generan las empresas resulta de gran utilidad en la labor de fiscalización y control por parte de la autoridad; sin embargo, cuando la tecnología no se usa adecuadamente, o cuando se cae en un exceso de control, las aplicaciones informáticas lejos de agilizar los procesos se tornan complejas, ineficaces y generan un caos que, en muchos casos, impide a los contribuyentes cumplir adecuadamente con sus obligaciones fiscales.
Desde hace más de 20 años, el Servicio de Administración Tributaria (SAT) adoptó un enfoque de uso de tecnología computacional como uno de sus ejes centrales en su labor de recaudación, fiscalización y administración tributaria. Un enfoque que ha demostrado ser el correcto y que, inclusive, se adelantó a muchos países tradicionalmente percibidos como más tecnificados.
La firma electrónica, los formularios de impuestos en línea, el pago de impuestos por transferencia electrónica, el uso de contabilidad electrónica y la factura electrónica, son herramientas que han dotado al SAT de información estructurada y homologada con el potencial de explotar datos y detectar comportamientos atípicos en los contribuyentes facilitando la labor de fiscalización y, por ende, la recaudación; sin embargo, este desarrollo tecnológico ha carecido del acompañamiento una rama esencial en el diseño y desarrollo de sistemas que es la “experiencia del usuario”. Esto es, todo desarrollador de sistemas debe siempre considerar la manera en que el usuario interactuará con el sistema, de forma que la “experiencia” de uso sea la óptima tanto para quien utiliza el sistema como para quien explotará la información obtenida a través de este.
En el caso de las aplicaciones del SAT, a las que erróneamente el órgano les llama “aplicativos”, con el paso de los años se han convertido en formularios extensos, incomprensibles y de un uso tan rígido que en muchos casos hace imposible su correcto llenado. Basta con que la autoridad omita considerar algún supuesto práctico o jurídico para propiciar que haya contribuyentes que simplemente no puedan completar un formulario, o bien, que lo completen con datos incorrectos buscando culminar la difícil tarea de declarar, enviar el formulario y pagar el impuesto. La calidad de la información está pasando a un segundo o tercer plano, ya que lo importante es colocar los datos no de la manera correcta u óptima, sino de la única manera posible, para evitar ser multado por incumplimiento o reprendido con una “opinión negativa” de cumplimiento que dificulte su relación comercial con clientes y proveedores.
Los sistemas del SAT se han tornado tan rígidos que terminan siendo inoperantes. El contribuyente depende de que todos los datos que se entrelazan (que se toman de otras declaraciones) sean manejados por el SAT con amplia precisión y eficacia en sus sistemas, para poder estar en condiciones de cumplir. Basta con que un dato no se cargue correctamente, o que uno de los múltiples sistemas de la autoridad falle, para que el contribuyente se vea impedido para cumplir su obligación.
Durante el mes de enero de 2023 se han presentado problemas importantes en los pagos provisionales de las personas morales, como la falta de carga de datos como los coeficientes de utilidad, la “desaparición” de las pérdidas amortizables, los cambios de régimen fiscal, o la ubicación en supuestos jurídicos no aplicables para el contribuyente, que han hecho imposible la presentación de las declaraciones y, por ende, del pago de impuestos. Los sistemas que un inicio se crearon para facilitar el cumplimiento, ahora lo están dificultando.
Otro de los grandes defectos de estas aplicaciones es el exceso de información sin facilidades de captura por parte del usuario. El mejor ejemplo es la declaración anual de personas morales para el año 2022, que destaca por el detalle de información solicitada, con una deficiente experiencia de usuario que obliga a una inversión de tiempo considerable, lo cual es paradójico: Un sistema computacional debería agilizar las labores operativas como la captura de datos; sin embargo, dado el ineficaz diseño de las interfaces, el efecto es el opuesto.
La tecnología en gestión de información permite el manejo y procesamiento de grandes cantidades de datos, y el SAT no ha desaprovechado esta oportunidad para hacerse llegar cada vez de más información. Esta idea es correcta, a mayor cantidad de datos, mayores las posibilidades de generar información de valor; sin embargo, este enfoque ha carecido, nuevamente, de un adecuado enfoque hacia la “experiencia del usuario”. La autoridad ha delegado la generación de los datos en los contribuyentes, en lugar de haber aprovechado todos los que se ya generan en automático en los ecosistemas empresariales y financieros, generando así no sólo deficiencias en la calidad de la información recibida por la autoridad, sino provocando reprocesos, exceso de información y una carga administrativa tan alta para los contribuyentes, que ha llegado el punto en que volver al “papel” parece ser más ágil que continuar en este camino de la malograda “automatización”. El ejemplo más claro de esto es la factura electrónica con sus múltiples complementos como el de recepción de pagos, de comercio exterior y la carta de porte.
La idea de digitalizar los procesos de la relación tributaria ha sido siempre correcta; es el camino seguido en su implementación el que presenta graves deficiencias que están generando resultados contrarios a los deseados: La inoperancia de los sistemas, la rigidez que impide su uso correcto, los altos costos no sólo de incumplimiento, sino los de cumplimiento, que son aquellos incurridos para adoptar las nuevas versiones que se vuelven necesarias por la falta de una adecuada planeación inicial.
En los proyectos de digitalización lo primero que debe hacerse, como una regla inquebrantable, es eficientar el proceso objeto de digitalización, de lo contrario, sólo se logrará digitalizar la burocracia y la ineficiencia, que es exactamente lo que ha sucedido con las declaraciones de impuestos en línea y con la factura electrónica, en los que se solicita información que en muchos casos nadie sabe cuál es su valor o su utilidad.
Es urgente corregir la dirección que se ha tomado en este camino de la digitalización colocando como uno de los ejes centrales la “experiencia del usuario”, considerando que el usuario no es sólo el contribuyente, sino también la propia autoridad, de manera que los datos que se generan sean útiles para ambas partes, logrando un ecosistema de información verdaderamente útil y cuyo manejo resulte en verdaderas eficiencias tanto para la labor fiscalizadora, como para la gestión empresarial.
Fuente: Fiscalía/IDC
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